05/11/2023
Por: Gabriela Gómez Campos
Ilustración: Juan Pablo Santana
Vivimos en una sociedad cuyos individuos cargan con heridas y dolores que en lo más profundo de su ser han intentado ignorar, esconder o que aún no han podido sanar. Con frecuencia, estas heridas emocionales son producto de las dinámicas que cada persona experimenta en sus relaciones interpersonales. Los conflictos y las rupturas en las relaciones personales, familiares o sentimentales son eventos que tienen el potencial de marcar profundamente la psiquis de un individuo. La espiritualidad es una de las esferas más importantes que componen al ser humano. A continuación se mencionarán tres puntos que nos muestran cómo se pueden abordar las heridas del alma desde una perspectiva bíblica y teológica.
La Biblia contiene una gran cantidad de relatos que ilustran la fragilidad de las relaciones humanas y las implicaciones emocionales que resultan de eventos en los que una persona lastima a otra. Un ejemplo de esto se encuentra en el Salmo 55. Escrito por el rey David, este salmo manifiesta el dolor, la ansiedad, el miedo y la tristeza que lo consumían al percatarse que su amigo más cercano lo había traicionado y había conspirado contra él.
La primera acción que David emprende para buscar alivio y sanidad en su corazón es presentar su caso ante Dios y manifestarle su dolor y heridas. En este caso, la traición fue la raíz del dolor. No obstante, existe una gran variedad de heridas, las cuales pueden ser causadas por el rechazo, el abandono, la humillación o la injusticia. Cualquiera sea el caso, este paso inicial para experimentar sanidad en el corazón implica ser vulnerable ante Dios y manifestarle sinceramente todo lo que haya guardado en lo profundo del alma.
Este salmo también resalta un segundo punto importante en este proceso de sanidad interior: hacer memoria del carácter y naturaleza de Dios. David no solo manifiesta verbalmente a Dios su dolor, sino que se recuerda a sí mismo quién es Dios, pues lo reconoce como el Dios que lo escucha, cuida y rescata. En un mundo secularizado, muchos poseen una óptica de Dios como un ser ajeno a sus realidades particulares. Sin embargo, es imperativo abrazar la verdad de que él no es lejano a las circunstancias y mucho menos a las crisis emocionales que alguien pueda experimentar. Reconocer este aspecto del carácter divino resulta esencial para encontrar la esperanza, restauración y consuelo necesario en medio del dolor.
Luego de recordarse a sí mismo el carácter de Dios, procede el tercer punto: suplicar a Dios por ayuda y entregarle sus cargas. Como máxima autoridad de la nación de Israel, David reconoce que en sus fuerzas y capacidades no le es posible manejar la carga emocional con la que estaba lidiando y confiesa su necesidad de ser asistido y ayudado por Dios. Intentar manejar y sobrellevar el dolor, la tristeza y las heridas del alma en soledad no es sostenible. Refugiarse en otras personas o en distintas cosas para tratar de calmar la agonía que otro produjo tampoco lo es.
La Biblia nos invita a reconocer a Dios como el refugio al que se acuda en búsqueda de ayuda. Ayuda para que él trate con el dolor, para que sane las heridas, para que restaure las emociones y para poder experimentar la paz que solo él puede brindar y asegurar. La invitación de este tercer punto es a reconocer la necesidad de sanidad interior, de clamar por ayuda y de pedir que él trabaje en el corazón.
Para una restauración del alma: sea sincero con Dios frente a su estado emocional, recuerde quién es él y encomiende sus cargas a él. Aunque no este del todo seguro de esto, decidir creer en Dios, puede llegar a transformar su vida.
Sobre la autora
Estudiante de Teología de la FUSBC. Nos comparte que la inspiró a escribir esta columna: “Como estudiante de teología, quise abordar bajo una óptica distinta un tema que hace parte de los desafíos actuales que tiene la sociedad: la salud mental. Desde el campo profesional en el que me desenvuelvo, quise aportar estos conocimientos a otros.”
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