Los bailarines, como cualquier otro deportista, poseen una configuración física, mental y emocional diferente a la de las personas que ejercen otro tipo de profesiones. Incluso las cualidades del bailarín son distintas a otros artistas como los maestros y los actores de reparto, quienes a pesar de caracterizarse por desarrollar  la danza, no suelen tener la misma percepción mental que tiene el bailarín, que se somete a múltiples exigencias. Esta cualidad asemeja al bailarín con el deportista, porque ambos comparten preocupaciones, situaciones y estados mentales similares a los de los bailarines, por la constante exigencia física y psicológica propia de su vocación. 

El ballet, dentro de la psicología, se clasifica en aspectos como el movimiento-terapia y el arte-terapia, que es un desarrollo propio de los movimientos psicoanalíticos, en donde existe una conexión entre la parte psíquica y el cuerpo como lenguaje o narrativa. Entonces, las emociones no se expresan de forma racional a partir del lenguaje hablado, sino que también se apoyan en el cuerpo y, por consiguiente, se desarrolla un equilibrio psicológico que puede ser útil para el manejo de problemas a través este tipo de lenguaje. Entonces, no solo se trata de un espacio de creatividad, si no del potenciamiento de muchos aspectos del ser humano. 

Tras bambalinas, al momento de encarnar diversos personajes y emociones en las presentaciones de ballet, la empatía no tiene un papel principal en el bailarín, porque esto no algo que se desarrolle a partir de una profesión o de asumir un rol  en sí. Más bien, se trata de un proceso interior en el que se asume la representación de un personaje. Como consecuencia, existe un papel positivo en tanto, por ejemplo, se asume ponerse en los zapatos de otra persona.

Dentro de la mente del bailarín, por sí mismo no va a generarse la empatía, incluso aunque se estudie el papel que se está interpretando rigurosamente. Sin embargo, existe un gran fenómeno de  regulación de las emociones que facilita una altísima concentración para poder canalizar todas las emociones y aprovecharlas a partir de la expresión corporal. Ya que la expresión corporal es un lenguaje emocional después de todo. Entonces el bailarín puede, o bien, bloquearlo y generarle un alto grado de estrés, o puede también usarlo y aprovecharse de esto para que su personaje crezca 

Al tratarse de un campo muy especializado; debe ser entendido y abordado de manera muy específica debido a la naturaleza singular de quienes lo ejercen profesionalmente. El bailarín debe ser visto como artista y deportista, no solo como uno de los dos, porque posee vulnerabilidades psicológicas y sociales propias de quien desempeña esta vocación a lo largo de su vida. El deportista de alto rendimiento lidia con temas como la competencia, el estrés, la crítica de su aspecto físico y la depresión post-recuperación al momento de sufrir lesiones. De forma paralela, el artista también se enfrenta al perfeccionismo, la comparación y el autosabotaje. Por esta razón, es fundamental realzar la intervención psicológica en este campo para mejorar el estado mental de los bailarines emergentes y así lograr un óptimo desempeño en su profesión. 

En pocas palabras, el ballet es historia, arte y deporte; porque al visitar un teatro y ver una obra se está presenciando parte de la historia artística de la humanidad al ser retratada para mantener su sílabo casi intacto desde su origen. Se ve el arte en su acompañamiento musical y elementos coreográficos; mientras que se aprecia el aspecto físico en la ejecución de todos los movimientos de los bailarines. Esta amalgama de componentes merece ser mantenida por muchos siglos más, sin embargo, debería ser actualizada la educación detrás de ella para que quien la intérprete trabaje inteligentemente en su cuerpo y mente y se desempeñe profesionalmente de una manera saludable; permitiéndose trabajar evolucionando la forma de arte a lo largo de nuestra historia.